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Foto del escritorMariana Amaral

La Ruta del Juicio (sobre el poder del arcano XX del tarot)

Actualizado: 8 ago 2023

El pasado domingo, después de algunos turbulentos días de incesante ruido mental, mi organismo (que es el ecosistema psique+cuerpo) decidió que la palabra era movimiento y el escenario era la naturaleza. Busqué en un aplicativo de caminatas una ruta más o menos sencilla y sin pensar puse mis zapatillas, una botella de agua en la mochila y salí sobre las 10h de la mañana. “Menos mal que el día está nublado” pensé, como quien va a un evento resignado y sin ganas por no saber de qué se trata, y es que no era mi mente quien estaba al mando y eso a ella le molesta bastante.


Y fui en dirección al Parc Natural del Garraf. La primera parte de la ruta que escogí era sencilla. Había familias, perros y estas valientes personas que se aventuran en bicicleta por la montaña. El paisaje era bonito, “pero no mucho” criticaba mi mente, pero sí que le llamó la atención el volumen de las cigalas.


Luego de un rato caminando y medio quejándome de mi propio plan, me di cuenta que el arcano del tarot que iba a dirigir mi viaje era El Juicio. La vigésima carta del tarot es un llamado a ampliar la conciencia, a elevar la mirada para regenerarnos y a entender que el camino es hacia dentro y hacia arriba. E invita a que vayamos a la naturaleza para regularnos y dejar de darle vueltas a la cabeza.


Caminar es una meditación y un ejercicio de auto-observación muy interesante si logramos estar presentes. Pero es día, yo me peleaba con la presión de publicar cada segundo de mi paseo en lugar de simplemente hacerlo. Paraba a cada paso para sacar la(s) mejor(es) foto(s) para Instagram. Al final publiqué dos que no eran las mejores.


Anduve así unos minutos, siguiendo la ruta de la aplicación, y en un determinado momento me desvié porque me pareció más interesante un caminito por dónde paseaba una pareja con dos perros. El aplicativo reconoció la nueva ruta y fui. Pasados diez minutos no se veía ni la pareja ni nadie más. De hecho después de este momento no volví a ver a nadie durante las próximas dos horas de caminata. Y es que empezaba el proceso por el que anhelaba mi organismo. A partir del arcano del Juicio, yo necesitaba reconocer en mí una manera de funcionar que ya no me está ayudando en nada y en su lugar soltar el control, abrir el pecho y elevar la mirada.


El camino era árido y seco como muchas zonas de Catalunya en esta temporada. Más allá de las características naturales de esta región, lo único que había eran piedras, pinos y cigalas pero tenía su encanto. En algunos momentos el paisaje me recordaba el sur de Minas Gerais en Brasil, las carreteras de tierra y grava entre las granjas alrededor de Itajubá, la tierra de mi familia, dónde aprendí a conducir al lado de mi padre. Pero me faltaba la vistosa mata, verde y húmeda. Y me acordé de algo que mi papá me enseñó sobre las regiones de monocultivo como los piñales de aquí. Me explicó que los pájaros no “firmam ninho", no hacen sus nidos. La variedad de la flora es poca y no les parece buena idea reproducirse en lugares así. Y miré arriba y no había ningún pajarito, ninguno y esto me entristeció bastante.


Ya más conectada conmigo misma me acerqué a un trecho dónde había más sombra para descansar un poco. Y en este rincón el sonido de las cigalas estaba amplificado, mejor dicho, era ensordecedor. Era un grito agudo que se ritmaba y luego perdía el compás, como un baile sonoro. Y me quedé un buen rato allí con los ojos cerrados porque quería sentir este barullo entero en mi. Decidí entregarme a los consejos de las cigalas, ya que no había pájaros para contemplar. “Por lo menos ellas cantan en coral” pensé, pero no podía evitar reconocer que el barullo era similar a mi propio ruido mental. En realidad eran lo mismo.


Volví entonces al punto dónde había desviado de la ruta y seguí el camino original, dejándome llevar por él. Me dejé llevar por la ruta que mi organismo había elegido por la mañana antes de que mi mente se enterara de qué tipo de paseo haría.


Y caminé, caminé, caminé. Y el camino me llevó a subir, subir y subir hasta llegar a una parte más alta de una montaña y algo me quitó el aire. Ahí en la cima, se regalaba la belleza del mar de Sitges, pero desde arriba. Era como si la montaña llevara una falda azul turquesa que se mezclaba con un tono de azul más oscuro, justo en la línea del horizonte, un degradé encorvado como la tierra misma, y era espectacular. A lo lejos llovía en el mar y se podía ver una cortina gris gigante, proporcional al significado de la palabra inmenso. Luego en la bajada, me deparé con todo un bosque cerrado bajo los pinos (todavía sin pájaros), con arbustos, plantas, trepadoras y una variedad muy rica de tonos de verdes.


La vuelta no era para principiantes, el terreno resbalaba por la sequedad de la tierra y hubo momentos en los que me asusté porque no había viva alma en el caso de que me cayera. Y me di cuenta de mi fragilidad. Éramos solo Dios y yo caminando, no porque yo necesitara de Su especial atención divina, pero porque yo estaba vulnerable al aceptar dejarme ir, transitando la magia del desconocido. Y es ahí, justo ahí, cuando Le notamos cerca.


De repente sentí un "clic" y algo cambió aquí dentro. Me di cuenta de que la ruta, como la naturaleza misma, era una metáfora de lo que ha sido mi mente en los últimos tiempos, un ruido retroalimentado por una insistencia/resistencia interna. La escena externa no era más que la ilustración de lo que pasa aquí muchas veces. Lo que es dentro es fuera, dice el Mago, arcano I del tarot. Y sentí la alegría y la gratitud de hacerme consciente de ello y de saber que yo no ando sola. Nunca.

El exceso de cuidado y de control sobre los procesos internos y externos quita la paz mental, la llena de una especie de aridez y el ruido mental se amplifica. La obsesión por hacer-las-cosas-bien puede impedirnos de vivir cosas maravillosas si no estamos presentes y flexibles, y podemos desviarnos de lo numioso sin darnos cuenta. Esto es lo que el arcano del Juicio nos invita a reflexionar. Nos habla de discernimiento y de ampliar la fe en la Vida, que es abundante como la naturaleza misma y hermosa sin ningún esfuerzo. Vale la pena conectarse con lo de arriba para aligerar lo de abajo.


Yo cambié la ruta al principio del paseo porque quería “aprovecharlo mejor”. Mi mente de ingeniera quiso op-ti-mi-zar mi paseo en el primer tercio de la experiencia para agrandarla cuando ni siquiera sabía qué me esperaba. La ruta que mi organismo psique+cuerpo había elegido ya contaba con todo lo que yo necesitaba en este momento: belleza, perspectiva y amplitud, además de la variedad verde en el misterio de un bosque cerrado y tortuoso. Mi mente no tenía nada que hacer u opinar en este momento. Era sólo una cuestión de confiar y dejar(se) suceder y así fue.

En reverencia a la Vida seguiré por ahí buscando pajaritos.


Amor y Luz,

Mariana Amaral

@eltarotdemariana


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